sábado, 15 de fevereiro de 2020

Diario de un Dandy Rural - Libro digital publicado






He decidido reunir en un librito digital todos mis artículos escritos a lo largo de 2018 y 2019 y publicados en Marchando Religión. Gracias a la ayuda de un amigo, el "Instituto Memória" ha aceptado publicarlo.

Pongo aquí el enlace para descarga.

sábado, 16 de novembro de 2019

El Ruiseñor Fusilado

Victor Delhez. L'Albatros.



Yo escuchaba en Manresa un Ruiseñor que me daba melodiosos insomnios y que le hacía pimpirimpainas y azofainas a la luna.
Una noche una sombra monstruosa cruzó por mi ventana, que se fue acortando al concretarse en un catalancito con una espingarda vieja, de esas Montecristo de cargar por la boca. El salvaje tomó la puntería y el Cantor voló al aire hecho trizas entre un trueno y un chorro de humo.
No sin haber gritado antes de morir:
– ¡Bárbaro! ¡Soy un Ruiseñor!
Bon pro ti tingui – dijo el cazador –. Hoy día los rosiñoles son los que primeru van a la olla.
¡Qué olla, pobre poeta! Para la olla no quedó ni una pata sana, sino un chafarrinón de plumas. Te tiran porque cantas, y eres un blanco seguro.

Padre Leonardo Castellani. El Ruiseñor. Camperas.


La poesia és un aucell del cel
que fa sovint volades a la terra,
per vessar una gota de consol
en lo cor trist dels desterrats fills d'Eva.

Los fa record del paradís perdut
on jugava l'amor amb la ignocència,
i els ne fa somiar un de millor
en lo verger florit de les estrelles.

Ella és lo rossinyol d'aquells jardins,
són llur murmuri bla ses canticeles,
que hi transporten al pobre desterrat
dant-li per ales místiques les seves.

No es deixa engabiar en los palaus,
no es deixa esbalair per la riquesa,
en la masia amb los senzills del cor
ses ales d'or i sa cançó desplega.

Mes per sentir-li modular a pler
la pobra humanitat està distreta.
Qui està distret amb lo borboll mundà,
com sentirà la refilada angèlica?

L'aucell del paradís no es fa oir, no,
de qui escolta la veu de la sirena.
Lo cel que es mira en la fontana humil
no s'emmiralla en la riuada tèrbola.

De poetes cabdals prou n'hi ha haguts;
cap d'ells la dolça melodia ha apresa.
Qui n'arribés a aprendre un refilet,
aquell ne fóra l'àliga superba.

Mes l'aucellet refila tot volant,
calàndria de l'empírea primavera,
allí dalt entre els núvols de l'orient
llença un raig d'harmonies i s'encela.

Jo l'he sentida un bell matí de maig,
lo bell matí del maig de ma infantesa.
Jo l'he sentida la gentil cançó,
per ço m'és enyorívola la terra.

Monseñor Jacinto Verdaguer. Què és la poesia?


Por divertirse, a veces, suelen los marineros
Cazar albatros, grandes aves de los mares,
que siguen, de su viaje lánguidos compañeros,
al barco en los acerbos abismos de los mares.

Pero sobre las tablas apenas los arrojan,
Esos reyes del cielo,  torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas míseramente aflojan
y las dejan caer cual remos a sus costados.

¡Qué zurdo es y qué débil ese viajero alado!,
Él, antes tan hermoso ¡Qué cómico en el suelo!
Con una pipa uno el pico le ha quemado,
Remeda otro, renqueando, del inválido el vuelo!

El Poeta es como ese príncipe nublado
que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
en el suelo, entre ataques y mofas desterrado
sus alas de gigante le impiden caminar.

Charles Baudelaire. El Albatros. Versión castellana de Nydia Lamarque.

sábado, 17 de novembro de 2018

Bubu de Montparnasse


Nosotros estaremos siempre, por lo menos en esta vida, condenados a ser observadores externos del misterio infranqueable del otro. Si tenemos dificultades incluso para comprender nuestras motivaciones, actitudes y sentimientos, muchas más tenemos al depararnos con otras personas, especialmente las más cercanas a nosotros (aunque esto suene a paradoja). Sin embargo, mismo a sabiendas de todas estas dificultades, a veces vemos a personas que parecen dedicarse enteramente al trabajo, a los placeres o sencillamente a llevar la vida como si nada: a nuestros ojos, tales personas no parecen experimentar inquietudes; son los “Esteves sem metafísica”, del poema Tabacaria de Fernando Pessoa. Estas personas nos parecen a nosotros, los “singularísimos”, como si vivieran siempre llevadas por la corriente; quizás por esta razón exista la expresión persona corriente.
Precisamente una persona corriente es Berthe Méténier, una de las tres personajes de la novela Bubu de Montparnasse, de Charles-Louis Philippe: la prostituta, más concretamente. La joven era una dentre muchos hermanos, todos creados por un pobre y viudo padre que ganaba (ni siempre) la vida pintando paredes. Un día, cuando tenía todavía 16 años, conoció a Maurice (de apodo Bubu): era un tipo valiente, muy educado y un poco mayor que ella. Al início le pareció muy respetuoso y tras un corto noviazgo se fue a vivir con él. Su padre temió que, viviendo con Bubu, Berthe fuera acabar como sus hermanas: siendo una mujer pública. Incluso la advirtió, pero estaba convencido que no podía hacer nada por ella. La impresión del padre descrita por Philipe nos da toda la (falta de) visión del mundo de los personajes de la novela:

No se preocupó más; como padre de siete hijos, había tenido que pasar por muchas dificultades y había aprendido que la vida es más fuerte que nuestros deseos. Sabía que las muchachas de París están expuestas a toda clase de tentaciones, y que los pobres nada pueden oferecer a sus hijas para preservarlas. Sabía que somos como perros y que sólo poseemos miseria, en un mundo en que la miseria es una maldición. Después de la desdicha viene más desdicha y sólo podemos agachar la cabeza gruñendo como los perros. Pensó: después de todo, es asunto suyo. Se lo he advertido. Si este es su destino, no puedo hacer nada para remediarlo.

“Después la vida se impone (...)”, conforme el verso de Rafael de León. Lo que se llama “vida” o “destino” no es más que una terrible visión de la miseria: no de una miseria que es percance en la vida, sino de una miseria percibida como esencial, como si para estas personas (y aquí tratamos de los personajes Berthe, Bubu y Pierre), no hubiera más que miseria y sufrimiento. Como a Bubu no le gustaba el trabajo, un día le dijo a Berthe que si alguien ofreciese dinero por estar un rato con ella, que lo aceptase. Y ella no se opuso. Empezó a prostituirse sin rechistar. Claro, en una ciudad donde imperaban el dinero y la necesidad de los goces, hacía falta que alguien proporcionara los goces para ganar un poco de dinero: y así era Bubu. Mientras tanto, Berthe tomó aquello como parte de su vida: todas las mujeres de los amigos de Bubu también lo hacían. Berthe y Bubu no eran capaces de pensar que pudiera existir algo más; Charles-Louis Philippe no decía que se andaban preguntando acerca de sus vidas y sueños, ni siquiera si había alguna belleza en las cosas. Todo lo que veían – y este todo es la miseria – les parecía natural. La página en que el autor describe una familia de artistas callejeros es desgarradora como las pinturas de clowns y prostitutas de Georges Rouault:

El padre rascaba un violín de madera roja que sonaba con un tono nuevo y quejumbroso y se fijaba en el círculo de los mirones con unos ojos acerados, en los que se veían saltar chispas y brotar sangre. La madre, con el vientre abultado por los partos, con el pecho hinchado de un animal desgastado, tenía, en la cara en ruinas, dos ojos azules como dos flores sucias. Cantaba con una voz aguda de mujer gritona. Y a los dos niños pequeños, que habían cantado durante toda la tarde, les temblaban las piernas. Uno de ellos hacía oscilar los ojos como una mala bestia, se parecía al padre, estaba tan cansado que hubiera podido morder. Mientras el más pequeño, de ojos azules, hubiera querido, como la madre, desplomarse y dormir. París les había atrapado en sus garras, y a los cuatro, buenos y malos, les había molido.



En este terrible escenario Berthe conoció a Pierre. Era él un joven que se había criado en el campo, con una familia amorosa, y se fue a vivir en París para estudiar. En poco tiempo, acabó atrapado por la vorágine de la Carnallocracia que decía Buscarini: entonces empezó a hacer como los demás y buscar consuelo para su soledad en el hastío del sexo. Pero lo que él realmente quería era otra cosa, algo que quizás no fuera capaz de entender y que asociaba de alguna manera con el vicio de la carne. Berthe le encantó de inmediato: era hermosa y dulce; con ella podía hablar de sus sueños, de su niñez y de los años vividos con su familia.

 Pero Berthe no hablaba mucho. No hablaba y no podía hablar de su vida y de sus deseos. Escuchaba a Pierre. Pequeña prostituta dulce y principiante, todavía era capaz de pensar con ternura: <<Este joven tiene buen corazón y habla como un enamorado>>. Le era imposible aprovecharse de su buen corazón más allá de cinco francos, porque él no disponía de nada más. En cuanto al amor, lo había usado demasiado. Sabía de qué se compone el amor desde el momento en que dejó que los machos la persiguieran, los machos que se aprovechan de cualquier debilidad y sólo satisfacen sus propios deseos. Sabía que había que convertir el amor en metálico, pues el amor cansa y el dinero permite reponerse. Todo esto Berthe lo sabía a los veinte años. Aquellas que tienen de qué vivir buscan el amor porque les sienta bien, pero las mujeres públicas limitan el amor de sus clientes porque les hace daño. Y Pierre, este joven ardiente, era para Berthe un hombre más al que tenía que soportar.

Está claro que cuando Philippe habla del “amor” se refiere solamente al sexo. Y esto no es una casualidad: Berthe no sería capaz de asociar el amor más que al sexo, a aquella satisfacción ajena que tanto daño le había provocado; desde que empezó a prostituirse, su capacidad de amar – algo que ella nunca había conocido como tal – se marchitó completamente. Pero aún así Pierre era distinto: cada vez se interesaba más por ella y la ayudó cuando Bubu fue encarcelado y ella se quedó sola. Entonces Berthe empezó a buscar la casa del joven como un refugio, cuando se sentía más triste y herida; cuando imaginaba que sería destrozada:

Ella se había precipitado a la casa del joven por instinto, porque sentía que iba a reventar y que tenía que reventar en el mejor sitio. Y aquí, desplomada en su silla, era una bestia acabada que nota el último aliento en los flancos, que expira lo que le queda de aire para siempre y vuelve a mirar su guarida por última vez antes de abandonar sus despojos.

Berthe no tenía eso que llamamos – muchas veces pomposamente – vida interior. Sencillamente caminaba conforme las circunstancias y sufría sin saber la razón. Pero era una mujer, una mujer a pesar de todo. Y por lo menos conseguía decirse a sí misma que sufría. Un día, repentinamente, se acercó a una Iglesia: se acordó de su difunta madre, que tanto la quería, y de su primera comunión. Fue el primer grito de su conciencia. El segundo fue cuando murió su padre:

Ahora estaba muerto y era algo irreparable e inesperado. Ella había perdido muchos de sus sentimientos filiales, pero, cuando hubo visto aquel rostro grave y justo de los muertos, se sintió agotada por un eterno reproche. Tuvo miedo como se tiene miedo por las noches a las pesadillas, a los remordimientos, cuando la sombra es densa y pesada, después del crimen, como un castigo. Se sintió avergonzada a causa de su pasado, los volvió a ver de repente y pensó: soy la peor de todas.

Estaba entonces segura de que su vida, que la manera como se destruía, era incompatible con el hogar. Cuando su padre murió, algo dentro de ella también murió: tal vez la esperanza de regresar un día, una vaga esperanza que ocupaba algun rincón oculto de su corazón y que existía porque todavía respiraba su padre. Una vez muerto aquel que simbolizaba el hogar, su conciencia la trajo la verguenza y la culpa. Entonces todo aquello que conocía y que había vivido no era realmente natural; por eso sufría, por eso se sentía miserable. Decidió dejar la prostitución y cambiar de vida. Y Pierre, pensaba, la ayudaría: porque, no sabía bien como, Pierre tenía algo que ver con aquellos sentimientos del hogar. Como Bubu seguía encarcelado, su plan marchó bien al principio. Pero durante una madrugada Bubu apareció con un compinche y la llevó de la casa de Pierre. El sueño estaba, como ella, roto. No había nada que hacer.

Como dijo el Padre Castellani, Berthe era incapaz de asumir la responsabilidad de su vida moral. Más que la figura de Bubu, que fisicamente la esclavizaba porque la consideraba una propiedad suya, Berthe se dejaba llevar por todo. Su aceptación, fuese o no rebelde como la de su padre, la impedia de tener su vida en las manos. Y los gritos de la conciencia se ahogaron. Esta novela, que encantó a autores tan distintos como André Gide y T. S. Eliot, en un principio parece comidilla para los ideólogos deterministas: Berthe era una criatura rota y frágil con poquísimos atisbos de conciencia moral; como ella, dirán, habrá muchos otros: personas que son tragadas por el medio y no tienen nada que hacer. Como ella, digo yo, podemos ser todos: sólo podemos ser libres si conocemos antes cuales son las cadenas que nos pueden atar; y una vez conociéndolas, es necesario destruirlas antes de que nos destruyan.

quarta-feira, 23 de maio de 2018

A Última Parábola


Trago outro texto do Padre Castellani. Este apareceu no jornal argentino Cabildo e recebeu fortes críticas de todos os lados: alguns disseram que era muito irreverente ao tratar de um tema tão sério e outros chamaram o autor (Militis Militorum: ou Militis Militún, en criollo, pseudônimo do Padre Castellani nos artigos de imprensa) de raro y medio loco. Que o leitor veja se a tal "irreverência" está mesmo fora de lugar.

Por certo, encontrei o artigo no livro Decíamos Ayer..., que reúne boa parte dos artigos que o Padre Castellani escreveu para o jornal Cabildo.
... 

Eu sabia que não podia acabar bem; mas nunca sonhei que fosse sucumbir de um modo tão espantoso.

Meu conselho não lhe faltou. Foi mais ou menos este:

"É preciso partir deste princípio: é forçoso contemplar os poderosos. E não é difícil fazê-lo quando se propõe a isso. É algo indispensável. É preciso tomar os homens como eles são e não como queremos que sejam. Com o que tem poder é inútil querer bater de frente. É preciso entrar em razão.

Teu estilo de escrever é magnífico. Há somente aquelas frases. É uma frase aqui, outra lá, às vezes nenhuma, às vezes duas ou três, que irritam a muitos e que suprimidas não prejudicam em nada a beleza literária do conjunto. Também é preciso resignar-se a não tocar em alguns temas demasiado espinhosos, que de qualquer modo que os trate, inevitavelmente descontentam alguém.

Depois disso é preciso ganhar Caifás. Caifás, no fundo te aprecia. Por mais que esteja ocupado em outros assuntos, não é homem desprovido de gosto literário. Um dia disse de você: 'compõe esplendidamente. A cadência é perfeita, as metáforas são abundantes, os tropos são originais, pena essas coisas a mais que põem tudo a perder. Se este homem entrasse de uma vez com toda a alma pelo caminho que lhe indicam a lei e a voz de seus bons superiores, poderia fazer um bem imenso, sem deixar de ser um escritor genial'.

Todas as tuas parábolas são muito boas; algumas são pequenas obras-primas do gênero. És um verdadeiro gênio, te asseguro que és genial. O Filho Pródigo é uma coisa intocável, como a dos Talentos, mas aqui a doutrina já é um pouco estranha. A do Rico no inferno é bastante forte, um pouco violenta, os ricos podem se ofender com ela. A do Administrador Infiel, eu a entendo bem, mas penso que seja mais para homens inteligentes. Agora, a dos Trabalhadores na Vinha é outra coisa, penso que teria sido melhor suprimi-la. Decididamente. Uma parábola a menos não pode prejudicar a fama de um escritor já reconhecido como você. Há muitos para quem ela caiu mal, que a tomaram muito mal.

Não estamos em Nazaré, já não somos crianças. Numa grande cidade como esta, é preciso saber que além da Natureza há uma grande realidade: a política. O lírio dos campos, as aves do céu, o semeador muito bem! Lá no doce ambiente pastoril, o Reino dos Céus, o Pai Celeste, a Causa da Verdade está tão próxima, tão a mão, que parece ser possível tocá-la, tocar o céu com as mãos... Aqui é preciso contar com os mecanismos interpostos, toda a organização social com a qual também se vai a Deus, ainda que menos diretamente. Que essa organização tem falhas, é evidente: se trata de homens e não de anjos. Que tem pontos podres, supondo que assim seja, nós não os podemos curar por ora. Não temos os instrumentos".

Desde que se fechou Arcalón, víamos a sinagoga de Cesareia, o grande edifício plano entre seus  andaimes como um animal dormindo. Eu lhe disse:

"Te repito que Caifás no fundo não é inacessível. Tu o desagradaste muito, o perturbaste muito (sem querer, claro), o ofendeste muito, acho até que está emagrecendo por tua causa; mas no fundo é um pontífice, um homem consagrado a Deus antes de tudo. O trabalho enorme que lhe dá o manejo dos recursos do templo, que ser humano poderia suportá-lo a não ser por Deus? Não se casou por causa disso. Caifás é acessível. Não se trata exatamente de proibir-te a pregação. Se trata somente de encaminhar a tua pregação de acordo com as normas. Não fim das contas são teus superiores e tudo o que há em ti lhes deve estar cegamente submetido; se se equivocam, eles darão conta a Deus, é uma grande tranquilidade de consciência isso de poder resignar em outro a própria consciência.

É preciso se apegar a esta ideia: a Verdade deve ser administrada. A Verdade pura não é potável ao homem. A verdade precisa de filtro, precisa de paliativos e precisa de administração. E quem deve administrá-la senão o que oficialmente foi nomeado para isso?

Tens que tomar consciência do grande florescimento religioso que representa este edifício, e todas as capelas, lecionários e adoratórios distribuídos por toda esta grande cidade pagã e turbulenta. Adorar a Deus em espírito e verdade está muito bem, mas ah! não é só espírito o homem. O dinheiro é necessário para tudo, inclusive para a religião. Não imaginas a massa de bem espiritual em conjunto que representa esse grande edifício que agora se constrói, o bem que se poderá fazer aos fiéis na casa de Deus, que dirige tão acertadamente o arquiteto Jônatas: mas isso vai custar três milhões de sextercios e tu és um homem que nunca soube o que é ganhar dinheiro. É muito bonito abrir o Livro e dizer: o profeta Isaías disse: o espírito de Deus me mandou evangelizar a aridez; vinde e eu vos mostrarei a fonte de águas vivas. Mas para dizer isso é preciso ter um grande salão. Para ter um grande são é preciso dinheiro, muito dinheiro. E o dinheiro tem que ser bem administrado. Qualidade que nosso grande Caifás, como não me negarás, tem de sobra. Hehe, é fácil desprezar os que não têm facilidade com a palavra; mas a pregação porventura é tudo? A administração é o mais necessário em qualquer sociedade humana.

Eles estão no meio da política; eu, tu, nazarenos humildes, poetas do interior, escritores de pouca monta, que necessidade temos de tocar temas espinhosos, havendo tantos temas sobre os quais escrever com gosto e satisfação de todos? Me dizes que o pregador antes de tudo deve se fazer ouvir, porque um pregador que ignoram, e nada, é a mesma coisa. E para se fazer ouvir é preciso falar do Reino, pois todo mundo hoje em dia está embalado com o famoso Reino. Muito bem. Uma coisa é falar do Reino de modo geral, como se deve falar; outra coisa é chegar aos pormenores, até aludir aos herodianos, aos hileitas, aos saduceus, e o que é mais grave, aos romanos. Ai, ai, ai! A religião não tem nada que ver com essas coisas, e a nós o que nos interessa é somente a religião. O religioso deve respirar religião, deve comer religião, deve falar religião e deve viver religião em todos os seus momentos; como fizeram nossos grandes pais os profetas, que eram pura religião ambulante. Nada mais que religião pura. Isso não ofende a ninguém.

Agora, se for verdade o que me contaram, que começaste a aplicar a ti mesmo as profecias e (algo muito próprio da tua ingenuidade) a tomar as palavras dos Livros Santos literalmente!; então, que posso dizer?, francamente, somos amigos desde a infância, e por mim não desejo repudiar tua amizade, mas há coisas que passam dos limites e que eu, sinceramente, te digo com toda a franqueza da amizade, eu não as entendo!".

Exatamente assim eu lhe disse; e que Deus me mate se minto.

...

Pobre Jesus! Eu via que por esse caminho não poderia acabar bem; mas jamais sonhei, meu Deus!, que acabaria crucificado! Grande Deus! Crucificado!

(25 de outubro de 1944).

terça-feira, 8 de maio de 2018

Reflexões sobre a Justiça


Decidi publicar aqui este interessante texto que aparece no livro Los Papeles de Benjamin Benavides, do Padre Leonardo Castellani. O texto é atribuído a Don Benya e o nome Aureliano Martínez Robles é um pseudônimo de que ele se valeu para poder publicá-lo. O pobre Don Benya tinha muitos problemas na história narrada por Castellani, tantos como seu criador. Quanto a mim, não tive valor para me arriscar a traduzir os versos que aparecem.

"A injustiça é o dissolvente mais tenaz que existe.

Uma injustiça não reparada é uma coisa imortal.

Provoca naturalmente no homem o desejo de vingança, para restabelecer o equilíbrio rompido; ou ainda a propensão a responder com outra injustiça; propensão que pode chegar à perversidade, através da inclinação que chamam hoje ressentimento.

É, pois, exatamente, um veneno moral.

Só há uma maneira de não sucumbir aos seus efeitos: ela consiste em aproveitá-los para robustecer em si mesmo a decisão de não ser jamais injusto com ninguém. Nem sequer consigo mesmo!
 
Com a ajuda dos sofrimentos que a injustiça sofrida provoca na alma -- que nos seres de grande temperança moral são extremos --, é preciso saber ver a fealdade e a deformidade das próprias injustiças-possíveis, passadas e futuras; e da injustiça em si.

Aquele que sofreu uma grande injustiça em si mesmo, e não respondeu com outra, não precisa de muitas considerações para contemplar o ponto de Santo Inácio de Loyola: "considerar a fealdade do pecado em si mesmo, ainda que não fosse proibido". Vemos a fealdade do pecado mais facilmente quando outro nos inflige, que quando nós o infligimos. 

Devolver injustiça por injustiça, ou golpe por golpe, não remedia nada. A vingança, que dizem ser "o prazer dos deuses", é um prazer solitário e estéril. A vindita é o prazer dos deuses, assim como o quijotismo é seu esporte.

Nada mais comum em nossa época que a indignação pela injustiça: é uma de suas características. Essa indignação é natural; e ninguém dirá que seja má. Mas o remédio que se busca ordinariamente é mau, porque quase sempre implica outra injustiça.

Repartir a terra aos camponeses: para isso é preciso arrebatá-la primeiro pela violência -- e com injustiça em muitos casos -- aos boiardos. Os boiardos cometiam injustiças contra os mujiques; claro: os tinham reduzidos a um estado de primitivismo, lhes tiravam talvez o salário justo, pecado que segundo o catecismo 'clama ao céu'.

Mas o bolchevismo, que usou como instrumento político ou estribilho 'a terra para quem nela trabalha!' acabou por socializar a terra e fazer do Estado um Grande Boiardo, de mãos mais duras e coração mais petrificado que todos os outros juntos.

Pagar com uma injustiça a injustiça aumenta a injustiça. O pêndulo empurrado de um extremo vai ao outro; e começa o movimento interminável do mal, 'o abundar da iniquidade', que segundo Cristo destruiria nos últimos tempos até a própria convivência.

Esta atitude de digerir a injustiça resulta no fim a melhor vingança. Por certo, a que se propõe o ódio? O ódio se propõe -- ou busca inconscientemente, porque há ódios inconscientes -- essencialmente destruir. Que melhor vingança do que oferecer-lhe o resultado contrário, o crescimento da própria alma, a purificação e melhora da vitalidade interna?

Mas onde está a alquimia que transforma esse veneno em remédio e em alimento?

'La ponzoña más dura y obstinada
es la injusticia social...
Una injusticia que no es reparada
es una cosa inmortal...'

Sim, onde está o meio? Sêneca dizia: 'se alguém te ofende, não te vingues: se o ofensor é mais forte que tu, tem medo; se é mais débil, tem pena'.

Esta consideração, dita a um homem que está sob o peso de uma injustiça real e séria, tem a virtude de colocá-lo prodigiosamente furioso.
A forma de digerir a injustiça é um segredo do cristianismo. É a atitude heroica, e aparentemente impossível às forças humanas, de devolver bem por mal, de bendizer os que nos maldizem.

O Evangelho contém muitos segredos, muitos abismos de filosofia oral. O Evangelho eleva Sêneca às alturas da eficácia total.

As forças psicológicas do homem são limitadas e podem sucumbir a uma grande dor moral.

'Consolar o triste...' -- e isso não com palavras, mas com ajuda verdadeira, é a maior das obras de misericórdia.

Uma grande dor moral não consiste num conjunto de imagens lúgubres que se podem espantar ou afastar com reflexões, distrações ou palavrório devoto, como pensam os santarrões. É pura e simplesmente uma ferida, às vezes uma convulsão e uma tormenta, que pode descompor a alma e arrancar-lhe suas raízes.

Uma grande dor não passa nunca como uma nuvem cinzenta depois da qual vem o sol, segundo a desgastada metáfora. Penetra na alma, muda-a, se incorpora a ela e permanece já para sempre. De que forma permanece, como veneno ou como estímulo? Esse é o problema.

Um grande golpe ao qual falte o adequado lenitivo pode desmoralizar para sempre um homem, intimidá-lo, anulá-lo -- e ainda amargurá-lo e pervertê-lo. Esse é o seu efeito natural. Pensemos em Silas Marner, da grande escritora inglesa Mary Ann Evans [George Eliot].

Todos os remédios da filosofia, elaborados tão sabiamente por Sêneca e Boécio, são de efeito local; e nos casos graves são insuficientes. Só o amor cura as feridas da alma. E só um amor sem medida as feridas desmedidas.

Cristo amou a humanidade desse modo.

O amor ao próximo é o único remédio da injustiça social: mas o amor que Cristo trouxe é um amor desmedido. Ele lhe atribuiu caracteres inteiramente excepcionais: tem que ser de obras mais que de palavras, tem que chegar até a amar o inimigo, e a dar a vida pelo amigo.

E para diferenciá-lo da caridade farisaica, o Mestre apontou sua raiz, que é a injustiça, e sua flor, que é a misericórdia. 'Dais esmolas; mas abandonastes o fundamental da Lei, que é a misericórdia e a justiça...'.

Neste grande remédio contra o veneno da injustiça, que é afogá-la no amor, se cumpre talvez a promessa de Cristo aos seus discípulos: 'Et si mortiferum quid biberint, nihil eis noecbit'. Bebereis veneno e não vos fará nenhum dano. O ressentimento é literalmente um veneno.

Isto não nos foi dito, obviamente, para que bebamos cianeto e ver o que acontece, mas para que tenhamos confiança quando nos sintamos psiquicamente envenenados.

Este é o milagre que segundo Cristo fariam seus discípulos 'maiores do que os que Ele fez'. Claro que ele também o fez primeiro.

Que graça. Ele era Ele.

Amar os inimigos parece impossível psicologicamente; sobretudo quando os temos; e mais ainda quando os temos sobre nós. Não se pode apreender ao mesmo tempo um homem como inimigo e amável; e nosso amor depende de nossa apreensão. Não posso amar senão o que é 'bom para mim'.

Ademais, pareceria que isso de amar a todos destrói a atividade moral, paralisa a luta contra o mal, infunde uma apatia e uma inércia budista, transforma a sociedade numa tropa de cordeiros silencioso ou melosos.

Más é preciso advertir, a quem fizer estas objeções tolstoianas ou gándhicas, três coisas:

Jesus Cristo não disse que 'não há inimigos' como Buda; ao mandar-nos amar até os nossos inimigos, implica que existe essa grande divisão entre os homens, e não anula o natural amor aos amigos, maior que aos inimigos.

Jesus Cristo não disse: amai mais os vossos inimigos ou amai-os igual aos vossos amigos... Isso seria contra a ordem da caridade, quaisquer que sejam as expressões acaloradas dos santos, que quando tomados pela loucura da Cruz pareceriam às vezes expressar o contrário.

Jesus Cristo disse 'amai os vossos inimigos'; mas não disse: colocai-vos nas mãos de vossos inimigos.

Quando não há juízes capazes de lutar contra a iniquidade a injustiça se propaga, aumenta o ressentimento e a convivência se torna quase impossível. Isto profetizou claramente nosso Redentor: 'Porque abundou a iniquidade a caridade esfriou na maioria'. Como uma das partes da caridade é a amizade cívica, que Aristóteles explica como a base da convivência, segue que o ressentimento tornado praga endêmica coloca a sociedade em condições quase insuportáveis. Isso é o que está acontecendo hoje.

O ressentimento, essa espécie de rancor abstrato, foi bastante explicado por Nietzsche e Max Scheler para ser ignorado por alguém. Basta abrir os olhos, tropeçamos com ele a cada passo.

O 'ressentimento', assim entre aspas, não é o vulgar rancor, ódio ou despeito; é indignação mal ou insuficientemente reprimida, pela força e não pela razão, que se irradia concentricamente de objeto em objeto e de zona em zona anímica, até contaminar, coisa curiosa, o próprio entendimento. Hoje em dia há ideologias de ressentimento expostas em linguagem científica e com as maiores aparências de objetividade. Max Scheler descobriu o ressentimento nas ideologias socialistas, em muitas heresias medievais, na apostasia do imperador Juliano -- nisso o precedeu a aguda observação de São Gregório -- e até no livro De Contemptu Mundi do Papa Inocêncio II.

Mas esta definição do ressentimento e sua análise em:

Indignação por uma ofensa,
repressão violenta,
tristeza,
ânsia de vindita ou vingança,
deslocamento concêntrico a objetos afastados,
irradiação sentimental,
contaminação intelectual

são coisas de pedantes. Bergson o definiria rapidamente:
ira ulcerada ou ainda
rancor em septicemia  

Esta septicemia não tem mais penicilina que uma grande injeção de amor tão tremenda que só é possível pela Fé e pela Graça -- ajudados por intermediários humanos, como Deus costuma fazer suas cosas. 'Dios y ayuda' como dizem na Espanha.
O amor aos inimigos não exclui a luta contra a injustiça que está neles; antes a impõe.

Há alguns que têm a missão ou o dever profissional de lutar pela justiça. Seja porque ela nos alcance pessoalmente ou não, a injustiça é um mal terrível, perceptível aos que possuem o sentido moral -- sexto sentido que diferencia o nobre do plebeu -- e lutar contra ela é obra de bem comum, ainda que por vezes pareça loucura. Don Quijote teve essa loucura, que no ideal cavalheiresco, criado pela Igreja na Europa, não era loucura.

Dizia alguém:

Dios que permitiste contra
mí, la mayor injusticia
y vida nueva y caricia
me das ¿para qué? ¡Recontra!
Tu ley santa me confronta,
primero perdonaré
y después olvidaré
y habiendo vida y milicia
lucharé por la justicia
y un día veremos qué.

Hombres hay que la injusticia
no pueden tragar ni ver
pues los enferma, anoser
que luchen por la justicia
morirían de ictericia
si no luchan. Déjenlos
emboscados, que son tantos
ellos son locos o santos,
a mí me hizo de ellos Dios.

Unos locos y otros santos
son; y otros entreverados
yo nací por mis pecados
de estos que hoy ya no son tantos.
Llena de lacras y espantos
esta época no los pare
quien hallarlos deseare
no vaya a cortes de rey
porque ellos nacieron buey
¿y a dónde irá el buey que no are?

Os que têm o dever profissional de lutar pela justiça são os juízes (os juristas), os governantes (os pastores) e os soldados (os guerreiros). Desgraçadamente a época moderna transformou os juízes em máquinas, os governantes em economistas e os soldados em militares; e padecemos uma grande escassez de cavaleiros andantes.

Os cavaleiros andantes são os que têm, mais que o dever profissional, a paixão, a mania e o vício da justiça. Esta disposição natural -- seja temperamental, seja adquirida -- de por si deveria coincidir com o dever profissional; por certo hoje em dia andam os dois às vezes separados.  Assim como deveriam ser ordenados sacerdotes aqueles que têm carismas, deveriam ser nomeados juízes aqueles que têm quijotismo, como pede a Escritura (Ecl, VII-6) 'Noli quarere fieri judex, nisi valeas virtute irrumpere in iniquitates; ne forte extimescas faciem potentis, et ponas scandalum in cequitate tua'.  O juiz débil não só não faz bem, mas causa escândalo: porque se espanta diante da face do poderoso; por isso o hagiógrafo pede ao que quer ser juiz -- ou governante -- que tenha 'força para atropelar a iniquidade'; e simplesmente dissuade a todos de 'buscar ser nomeado magistrado'.

As rainhas da Idade Média pediam perdão aos leprosos pela pompa e alegria de uma época talvez mais feliz que a nossa -- pois havia rainhas santas ao invés de 'estrelas' de cinema -- beijando-lhes as chagas. Hoje em dia os leprosos têm que se contentar com autógrafos. Rita Hayworth visitou o Leprosário de Barcelona. Os jornais de hoje o contam; e contam uma anedota. Dizem que Rita (a Gilda) recorreu o lazzareto acompanhada de uma monja jovem e não mal parecida, que ali presta seus serviços. Ao sair voltou-se para ela e lhe disse:

- Irmã, eu não faria o mesmo que você faz aqui nem por um milhão de dólares.

A espanhola a respondeu com firmeza:

- Eu tampouco.

Esta anedota é muito velha: minha defunta avó já me contava quando eu ainda era criança de peito.

A repressão do natural desejo de vingança por razões intelectuais ou por amor de Deus produz na alma essa 'fome e sede de justiça' à qual se prometeu a bem-aventurança. Ela é a sublimação  do rancor e da natural paixão pela vindita; paixão pelo restabelecimento do equilíbrio moral. O ódio à injustiça padecida se transforma em horror à injustiça sofrida por outros. Os sentimentos feridos não se cicatrizam -- como acontece pelo esquecimento das feridas pequenas -- mas começam, se poderia dizer, a sangrar para cima. Por isso nosso Salvador o comparou a uma paixão tão pertinaz e lutadora como a fome.

'Isto que me aconteceu jamais cicatrizará', se costuma ouvir às vezes: 'sim, cicatrizará' é a resposta vulgar, às vezes falsa. Muitas vezes tem razão o ferido. A resposta exata é: 'Torna-te um ferido de Deus, deixa atrás os homens. Sê misticamente cruel contigo mesmo'.

 Esta ferida sempre aberta nos faz solidários da dor do mundo; nos estabelece em comunidade com todos os que sofrem; e fazer-se solidário da dor do mundo fruto do pecado foi a razão para que tomasse corpo e natureza humana o Verbo de Deus. Homem sem pecado. São Paulo dizia que levava em seu corpo os estigmas do Corpo de Cristo: e que sua vida real estava escondida com Cristo em Deus. Homem em meio dos homens, capaz de interessar-se por tudo o que era humano, cheio de virtudes sociais, ou como dizem hoje, de 'humanismo', ganhando o pão com suas mãos e pregando a salvação com sumo desinteresse e em meio a riscos e ameaças indizíveis, o Apóstolo dos Romanos, levava escondida sua chaga secreta, que era a razão de seu poder. 'Minha debilidade é a razão da minha força'. 'Cum infirmor tunc fortior sum' ('Quando sou débil é quando sou mais forte').

Nunca foi mais forte que, quando atadas as mãos, inclinou sua cabeça diante da espada do verdugo. Então foi saciada sua sede de justiça e as palavras de suas cartas, passadas a sangue, se tornaram eternas.

Tudo isto é mais ou menos sabido, quisera Deus que fosse praticado. Que esta época é a pior que existiu, disseram-no homens parecidos a nós em todas as épocas.

O que interessa seria saber o que é que sairá de tudo isto.

Pois bem, não podem sair mais que duas coisas, ou uma restauração da justiça ou a ruína total da convivência.

Ou se produz uma grande efusão de amor fraterno, que deverá ter caracteres quase milagrosos, pelo qual seja restaurada a justiça em todas as partes, acima e abaixo, na Igreja como no Estado, na sociedade e na família, na vida pública, no comércio e no trabalho, nas leis externas e no coração dos homens -- que é de onde tudo o mais brota...

Ou as atuais condições de iniquidade ufana e triunfante continuam e se multiplicam, prevalecem de mais a mais naqueles sem coração e sem lei -- 'sine afectione absque foedere, sine misericordia' -- se produz um universal e implacável salve-se quem puder e as massas egoístas e atemorizadas caem sob o poder dos tiranos violentos ou mistificadores sutis, ou desta mescla de ambos que será o Grande Imperador Plebeu; esse 'Homem da Iniquidade' que desde há dois mil anos a Cristandade apelida com o ditado apostólico de Anticristo.

Aureliano Martínez Robles."