sábado, 17 de novembro de 2018

Bubu de Montparnasse


Nosotros estaremos siempre, por lo menos en esta vida, condenados a ser observadores externos del misterio infranqueable del otro. Si tenemos dificultades incluso para comprender nuestras motivaciones, actitudes y sentimientos, muchas más tenemos al depararnos con otras personas, especialmente las más cercanas a nosotros (aunque esto suene a paradoja). Sin embargo, mismo a sabiendas de todas estas dificultades, a veces vemos a personas que parecen dedicarse enteramente al trabajo, a los placeres o sencillamente a llevar la vida como si nada: a nuestros ojos, tales personas no parecen experimentar inquietudes; son los “Esteves sem metafísica”, del poema Tabacaria de Fernando Pessoa. Estas personas nos parecen a nosotros, los “singularísimos”, como si vivieran siempre llevadas por la corriente; quizás por esta razón exista la expresión persona corriente.
Precisamente una persona corriente es Berthe Méténier, una de las tres personajes de la novela Bubu de Montparnasse, de Charles-Louis Philippe: la prostituta, más concretamente. La joven era una dentre muchos hermanos, todos creados por un pobre y viudo padre que ganaba (ni siempre) la vida pintando paredes. Un día, cuando tenía todavía 16 años, conoció a Maurice (de apodo Bubu): era un tipo valiente, muy educado y un poco mayor que ella. Al início le pareció muy respetuoso y tras un corto noviazgo se fue a vivir con él. Su padre temió que, viviendo con Bubu, Berthe fuera acabar como sus hermanas: siendo una mujer pública. Incluso la advirtió, pero estaba convencido que no podía hacer nada por ella. La impresión del padre descrita por Philipe nos da toda la (falta de) visión del mundo de los personajes de la novela:

No se preocupó más; como padre de siete hijos, había tenido que pasar por muchas dificultades y había aprendido que la vida es más fuerte que nuestros deseos. Sabía que las muchachas de París están expuestas a toda clase de tentaciones, y que los pobres nada pueden oferecer a sus hijas para preservarlas. Sabía que somos como perros y que sólo poseemos miseria, en un mundo en que la miseria es una maldición. Después de la desdicha viene más desdicha y sólo podemos agachar la cabeza gruñendo como los perros. Pensó: después de todo, es asunto suyo. Se lo he advertido. Si este es su destino, no puedo hacer nada para remediarlo.

“Después la vida se impone (...)”, conforme el verso de Rafael de León. Lo que se llama “vida” o “destino” no es más que una terrible visión de la miseria: no de una miseria que es percance en la vida, sino de una miseria percibida como esencial, como si para estas personas (y aquí tratamos de los personajes Berthe, Bubu y Pierre), no hubiera más que miseria y sufrimiento. Como a Bubu no le gustaba el trabajo, un día le dijo a Berthe que si alguien ofreciese dinero por estar un rato con ella, que lo aceptase. Y ella no se opuso. Empezó a prostituirse sin rechistar. Claro, en una ciudad donde imperaban el dinero y la necesidad de los goces, hacía falta que alguien proporcionara los goces para ganar un poco de dinero: y así era Bubu. Mientras tanto, Berthe tomó aquello como parte de su vida: todas las mujeres de los amigos de Bubu también lo hacían. Berthe y Bubu no eran capaces de pensar que pudiera existir algo más; Charles-Louis Philippe no decía que se andaban preguntando acerca de sus vidas y sueños, ni siquiera si había alguna belleza en las cosas. Todo lo que veían – y este todo es la miseria – les parecía natural. La página en que el autor describe una familia de artistas callejeros es desgarradora como las pinturas de clowns y prostitutas de Georges Rouault:

El padre rascaba un violín de madera roja que sonaba con un tono nuevo y quejumbroso y se fijaba en el círculo de los mirones con unos ojos acerados, en los que se veían saltar chispas y brotar sangre. La madre, con el vientre abultado por los partos, con el pecho hinchado de un animal desgastado, tenía, en la cara en ruinas, dos ojos azules como dos flores sucias. Cantaba con una voz aguda de mujer gritona. Y a los dos niños pequeños, que habían cantado durante toda la tarde, les temblaban las piernas. Uno de ellos hacía oscilar los ojos como una mala bestia, se parecía al padre, estaba tan cansado que hubiera podido morder. Mientras el más pequeño, de ojos azules, hubiera querido, como la madre, desplomarse y dormir. París les había atrapado en sus garras, y a los cuatro, buenos y malos, les había molido.



En este terrible escenario Berthe conoció a Pierre. Era él un joven que se había criado en el campo, con una familia amorosa, y se fue a vivir en París para estudiar. En poco tiempo, acabó atrapado por la vorágine de la Carnallocracia que decía Buscarini: entonces empezó a hacer como los demás y buscar consuelo para su soledad en el hastío del sexo. Pero lo que él realmente quería era otra cosa, algo que quizás no fuera capaz de entender y que asociaba de alguna manera con el vicio de la carne. Berthe le encantó de inmediato: era hermosa y dulce; con ella podía hablar de sus sueños, de su niñez y de los años vividos con su familia.

 Pero Berthe no hablaba mucho. No hablaba y no podía hablar de su vida y de sus deseos. Escuchaba a Pierre. Pequeña prostituta dulce y principiante, todavía era capaz de pensar con ternura: <<Este joven tiene buen corazón y habla como un enamorado>>. Le era imposible aprovecharse de su buen corazón más allá de cinco francos, porque él no disponía de nada más. En cuanto al amor, lo había usado demasiado. Sabía de qué se compone el amor desde el momento en que dejó que los machos la persiguieran, los machos que se aprovechan de cualquier debilidad y sólo satisfacen sus propios deseos. Sabía que había que convertir el amor en metálico, pues el amor cansa y el dinero permite reponerse. Todo esto Berthe lo sabía a los veinte años. Aquellas que tienen de qué vivir buscan el amor porque les sienta bien, pero las mujeres públicas limitan el amor de sus clientes porque les hace daño. Y Pierre, este joven ardiente, era para Berthe un hombre más al que tenía que soportar.

Está claro que cuando Philippe habla del “amor” se refiere solamente al sexo. Y esto no es una casualidad: Berthe no sería capaz de asociar el amor más que al sexo, a aquella satisfacción ajena que tanto daño le había provocado; desde que empezó a prostituirse, su capacidad de amar – algo que ella nunca había conocido como tal – se marchitó completamente. Pero aún así Pierre era distinto: cada vez se interesaba más por ella y la ayudó cuando Bubu fue encarcelado y ella se quedó sola. Entonces Berthe empezó a buscar la casa del joven como un refugio, cuando se sentía más triste y herida; cuando imaginaba que sería destrozada:

Ella se había precipitado a la casa del joven por instinto, porque sentía que iba a reventar y que tenía que reventar en el mejor sitio. Y aquí, desplomada en su silla, era una bestia acabada que nota el último aliento en los flancos, que expira lo que le queda de aire para siempre y vuelve a mirar su guarida por última vez antes de abandonar sus despojos.

Berthe no tenía eso que llamamos – muchas veces pomposamente – vida interior. Sencillamente caminaba conforme las circunstancias y sufría sin saber la razón. Pero era una mujer, una mujer a pesar de todo. Y por lo menos conseguía decirse a sí misma que sufría. Un día, repentinamente, se acercó a una Iglesia: se acordó de su difunta madre, que tanto la quería, y de su primera comunión. Fue el primer grito de su conciencia. El segundo fue cuando murió su padre:

Ahora estaba muerto y era algo irreparable e inesperado. Ella había perdido muchos de sus sentimientos filiales, pero, cuando hubo visto aquel rostro grave y justo de los muertos, se sintió agotada por un eterno reproche. Tuvo miedo como se tiene miedo por las noches a las pesadillas, a los remordimientos, cuando la sombra es densa y pesada, después del crimen, como un castigo. Se sintió avergonzada a causa de su pasado, los volvió a ver de repente y pensó: soy la peor de todas.

Estaba entonces segura de que su vida, que la manera como se destruía, era incompatible con el hogar. Cuando su padre murió, algo dentro de ella también murió: tal vez la esperanza de regresar un día, una vaga esperanza que ocupaba algun rincón oculto de su corazón y que existía porque todavía respiraba su padre. Una vez muerto aquel que simbolizaba el hogar, su conciencia la trajo la verguenza y la culpa. Entonces todo aquello que conocía y que había vivido no era realmente natural; por eso sufría, por eso se sentía miserable. Decidió dejar la prostitución y cambiar de vida. Y Pierre, pensaba, la ayudaría: porque, no sabía bien como, Pierre tenía algo que ver con aquellos sentimientos del hogar. Como Bubu seguía encarcelado, su plan marchó bien al principio. Pero durante una madrugada Bubu apareció con un compinche y la llevó de la casa de Pierre. El sueño estaba, como ella, roto. No había nada que hacer.

Como dijo el Padre Castellani, Berthe era incapaz de asumir la responsabilidad de su vida moral. Más que la figura de Bubu, que fisicamente la esclavizaba porque la consideraba una propiedad suya, Berthe se dejaba llevar por todo. Su aceptación, fuese o no rebelde como la de su padre, la impedia de tener su vida en las manos. Y los gritos de la conciencia se ahogaron. Esta novela, que encantó a autores tan distintos como André Gide y T. S. Eliot, en un principio parece comidilla para los ideólogos deterministas: Berthe era una criatura rota y frágil con poquísimos atisbos de conciencia moral; como ella, dirán, habrá muchos otros: personas que son tragadas por el medio y no tienen nada que hacer. Como ella, digo yo, podemos ser todos: sólo podemos ser libres si conocemos antes cuales son las cadenas que nos pueden atar; y una vez conociéndolas, es necesario destruirlas antes de que nos destruyan.

quarta-feira, 23 de maio de 2018

A Última Parábola


Trago outro texto do Padre Castellani. Este apareceu no jornal argentino Cabildo e recebeu fortes críticas de todos os lados: alguns disseram que era muito irreverente ao tratar de um tema tão sério e outros chamaram o autor (Militis Militorum: ou Militis Militún, en criollo, pseudônimo do Padre Castellani nos artigos de imprensa) de raro y medio loco. Que o leitor veja se a tal "irreverência" está mesmo fora de lugar.

Por certo, encontrei o artigo no livro Decíamos Ayer..., que reúne boa parte dos artigos que o Padre Castellani escreveu para o jornal Cabildo.
... 

Eu sabia que não podia acabar bem; mas nunca sonhei que fosse sucumbir de um modo tão espantoso.

Meu conselho não lhe faltou. Foi mais ou menos este:

"É preciso partir deste princípio: é forçoso contemplar os poderosos. E não é difícil fazê-lo quando se propõe a isso. É algo indispensável. É preciso tomar os homens como eles são e não como queremos que sejam. Com o que tem poder é inútil querer bater de frente. É preciso entrar em razão.

Teu estilo de escrever é magnífico. Há somente aquelas frases. É uma frase aqui, outra lá, às vezes nenhuma, às vezes duas ou três, que irritam a muitos e que suprimidas não prejudicam em nada a beleza literária do conjunto. Também é preciso resignar-se a não tocar em alguns temas demasiado espinhosos, que de qualquer modo que os trate, inevitavelmente descontentam alguém.

Depois disso é preciso ganhar Caifás. Caifás, no fundo te aprecia. Por mais que esteja ocupado em outros assuntos, não é homem desprovido de gosto literário. Um dia disse de você: 'compõe esplendidamente. A cadência é perfeita, as metáforas são abundantes, os tropos são originais, pena essas coisas a mais que põem tudo a perder. Se este homem entrasse de uma vez com toda a alma pelo caminho que lhe indicam a lei e a voz de seus bons superiores, poderia fazer um bem imenso, sem deixar de ser um escritor genial'.

Todas as tuas parábolas são muito boas; algumas são pequenas obras-primas do gênero. És um verdadeiro gênio, te asseguro que és genial. O Filho Pródigo é uma coisa intocável, como a dos Talentos, mas aqui a doutrina já é um pouco estranha. A do Rico no inferno é bastante forte, um pouco violenta, os ricos podem se ofender com ela. A do Administrador Infiel, eu a entendo bem, mas penso que seja mais para homens inteligentes. Agora, a dos Trabalhadores na Vinha é outra coisa, penso que teria sido melhor suprimi-la. Decididamente. Uma parábola a menos não pode prejudicar a fama de um escritor já reconhecido como você. Há muitos para quem ela caiu mal, que a tomaram muito mal.

Não estamos em Nazaré, já não somos crianças. Numa grande cidade como esta, é preciso saber que além da Natureza há uma grande realidade: a política. O lírio dos campos, as aves do céu, o semeador muito bem! Lá no doce ambiente pastoril, o Reino dos Céus, o Pai Celeste, a Causa da Verdade está tão próxima, tão a mão, que parece ser possível tocá-la, tocar o céu com as mãos... Aqui é preciso contar com os mecanismos interpostos, toda a organização social com a qual também se vai a Deus, ainda que menos diretamente. Que essa organização tem falhas, é evidente: se trata de homens e não de anjos. Que tem pontos podres, supondo que assim seja, nós não os podemos curar por ora. Não temos os instrumentos".

Desde que se fechou Arcalón, víamos a sinagoga de Cesareia, o grande edifício plano entre seus  andaimes como um animal dormindo. Eu lhe disse:

"Te repito que Caifás no fundo não é inacessível. Tu o desagradaste muito, o perturbaste muito (sem querer, claro), o ofendeste muito, acho até que está emagrecendo por tua causa; mas no fundo é um pontífice, um homem consagrado a Deus antes de tudo. O trabalho enorme que lhe dá o manejo dos recursos do templo, que ser humano poderia suportá-lo a não ser por Deus? Não se casou por causa disso. Caifás é acessível. Não se trata exatamente de proibir-te a pregação. Se trata somente de encaminhar a tua pregação de acordo com as normas. Não fim das contas são teus superiores e tudo o que há em ti lhes deve estar cegamente submetido; se se equivocam, eles darão conta a Deus, é uma grande tranquilidade de consciência isso de poder resignar em outro a própria consciência.

É preciso se apegar a esta ideia: a Verdade deve ser administrada. A Verdade pura não é potável ao homem. A verdade precisa de filtro, precisa de paliativos e precisa de administração. E quem deve administrá-la senão o que oficialmente foi nomeado para isso?

Tens que tomar consciência do grande florescimento religioso que representa este edifício, e todas as capelas, lecionários e adoratórios distribuídos por toda esta grande cidade pagã e turbulenta. Adorar a Deus em espírito e verdade está muito bem, mas ah! não é só espírito o homem. O dinheiro é necessário para tudo, inclusive para a religião. Não imaginas a massa de bem espiritual em conjunto que representa esse grande edifício que agora se constrói, o bem que se poderá fazer aos fiéis na casa de Deus, que dirige tão acertadamente o arquiteto Jônatas: mas isso vai custar três milhões de sextercios e tu és um homem que nunca soube o que é ganhar dinheiro. É muito bonito abrir o Livro e dizer: o profeta Isaías disse: o espírito de Deus me mandou evangelizar a aridez; vinde e eu vos mostrarei a fonte de águas vivas. Mas para dizer isso é preciso ter um grande salão. Para ter um grande são é preciso dinheiro, muito dinheiro. E o dinheiro tem que ser bem administrado. Qualidade que nosso grande Caifás, como não me negarás, tem de sobra. Hehe, é fácil desprezar os que não têm facilidade com a palavra; mas a pregação porventura é tudo? A administração é o mais necessário em qualquer sociedade humana.

Eles estão no meio da política; eu, tu, nazarenos humildes, poetas do interior, escritores de pouca monta, que necessidade temos de tocar temas espinhosos, havendo tantos temas sobre os quais escrever com gosto e satisfação de todos? Me dizes que o pregador antes de tudo deve se fazer ouvir, porque um pregador que ignoram, e nada, é a mesma coisa. E para se fazer ouvir é preciso falar do Reino, pois todo mundo hoje em dia está embalado com o famoso Reino. Muito bem. Uma coisa é falar do Reino de modo geral, como se deve falar; outra coisa é chegar aos pormenores, até aludir aos herodianos, aos hileitas, aos saduceus, e o que é mais grave, aos romanos. Ai, ai, ai! A religião não tem nada que ver com essas coisas, e a nós o que nos interessa é somente a religião. O religioso deve respirar religião, deve comer religião, deve falar religião e deve viver religião em todos os seus momentos; como fizeram nossos grandes pais os profetas, que eram pura religião ambulante. Nada mais que religião pura. Isso não ofende a ninguém.

Agora, se for verdade o que me contaram, que começaste a aplicar a ti mesmo as profecias e (algo muito próprio da tua ingenuidade) a tomar as palavras dos Livros Santos literalmente!; então, que posso dizer?, francamente, somos amigos desde a infância, e por mim não desejo repudiar tua amizade, mas há coisas que passam dos limites e que eu, sinceramente, te digo com toda a franqueza da amizade, eu não as entendo!".

Exatamente assim eu lhe disse; e que Deus me mate se minto.

...

Pobre Jesus! Eu via que por esse caminho não poderia acabar bem; mas jamais sonhei, meu Deus!, que acabaria crucificado! Grande Deus! Crucificado!

(25 de outubro de 1944).

terça-feira, 8 de maio de 2018

Reflexões sobre a Justiça


Decidi publicar aqui este interessante texto que aparece no livro Los Papeles de Benjamin Benavides, do Padre Leonardo Castellani. O texto é atribuído a Don Benya e o nome Aureliano Martínez Robles é um pseudônimo de que ele se valeu para poder publicá-lo. O pobre Don Benya tinha muitos problemas na história narrada por Castellani, tantos como seu criador. Quanto a mim, não tive valor para me arriscar a traduzir os versos que aparecem.

"A injustiça é o dissolvente mais tenaz que existe.

Uma injustiça não reparada é uma coisa imortal.

Provoca naturalmente no homem o desejo de vingança, para restabelecer o equilíbrio rompido; ou ainda a propensão a responder com outra injustiça; propensão que pode chegar à perversidade, através da inclinação que chamam hoje ressentimento.

É, pois, exatamente, um veneno moral.

Só há uma maneira de não sucumbir aos seus efeitos: ela consiste em aproveitá-los para robustecer em si mesmo a decisão de não ser jamais injusto com ninguém. Nem sequer consigo mesmo!
 
Com a ajuda dos sofrimentos que a injustiça sofrida provoca na alma -- que nos seres de grande temperança moral são extremos --, é preciso saber ver a fealdade e a deformidade das próprias injustiças-possíveis, passadas e futuras; e da injustiça em si.

Aquele que sofreu uma grande injustiça em si mesmo, e não respondeu com outra, não precisa de muitas considerações para contemplar o ponto de Santo Inácio de Loyola: "considerar a fealdade do pecado em si mesmo, ainda que não fosse proibido". Vemos a fealdade do pecado mais facilmente quando outro nos inflige, que quando nós o infligimos. 

Devolver injustiça por injustiça, ou golpe por golpe, não remedia nada. A vingança, que dizem ser "o prazer dos deuses", é um prazer solitário e estéril. A vindita é o prazer dos deuses, assim como o quijotismo é seu esporte.

Nada mais comum em nossa época que a indignação pela injustiça: é uma de suas características. Essa indignação é natural; e ninguém dirá que seja má. Mas o remédio que se busca ordinariamente é mau, porque quase sempre implica outra injustiça.

Repartir a terra aos camponeses: para isso é preciso arrebatá-la primeiro pela violência -- e com injustiça em muitos casos -- aos boiardos. Os boiardos cometiam injustiças contra os mujiques; claro: os tinham reduzidos a um estado de primitivismo, lhes tiravam talvez o salário justo, pecado que segundo o catecismo 'clama ao céu'.

Mas o bolchevismo, que usou como instrumento político ou estribilho 'a terra para quem nela trabalha!' acabou por socializar a terra e fazer do Estado um Grande Boiardo, de mãos mais duras e coração mais petrificado que todos os outros juntos.

Pagar com uma injustiça a injustiça aumenta a injustiça. O pêndulo empurrado de um extremo vai ao outro; e começa o movimento interminável do mal, 'o abundar da iniquidade', que segundo Cristo destruiria nos últimos tempos até a própria convivência.

Esta atitude de digerir a injustiça resulta no fim a melhor vingança. Por certo, a que se propõe o ódio? O ódio se propõe -- ou busca inconscientemente, porque há ódios inconscientes -- essencialmente destruir. Que melhor vingança do que oferecer-lhe o resultado contrário, o crescimento da própria alma, a purificação e melhora da vitalidade interna?

Mas onde está a alquimia que transforma esse veneno em remédio e em alimento?

'La ponzoña más dura y obstinada
es la injusticia social...
Una injusticia que no es reparada
es una cosa inmortal...'

Sim, onde está o meio? Sêneca dizia: 'se alguém te ofende, não te vingues: se o ofensor é mais forte que tu, tem medo; se é mais débil, tem pena'.

Esta consideração, dita a um homem que está sob o peso de uma injustiça real e séria, tem a virtude de colocá-lo prodigiosamente furioso.
A forma de digerir a injustiça é um segredo do cristianismo. É a atitude heroica, e aparentemente impossível às forças humanas, de devolver bem por mal, de bendizer os que nos maldizem.

O Evangelho contém muitos segredos, muitos abismos de filosofia oral. O Evangelho eleva Sêneca às alturas da eficácia total.

As forças psicológicas do homem são limitadas e podem sucumbir a uma grande dor moral.

'Consolar o triste...' -- e isso não com palavras, mas com ajuda verdadeira, é a maior das obras de misericórdia.

Uma grande dor moral não consiste num conjunto de imagens lúgubres que se podem espantar ou afastar com reflexões, distrações ou palavrório devoto, como pensam os santarrões. É pura e simplesmente uma ferida, às vezes uma convulsão e uma tormenta, que pode descompor a alma e arrancar-lhe suas raízes.

Uma grande dor não passa nunca como uma nuvem cinzenta depois da qual vem o sol, segundo a desgastada metáfora. Penetra na alma, muda-a, se incorpora a ela e permanece já para sempre. De que forma permanece, como veneno ou como estímulo? Esse é o problema.

Um grande golpe ao qual falte o adequado lenitivo pode desmoralizar para sempre um homem, intimidá-lo, anulá-lo -- e ainda amargurá-lo e pervertê-lo. Esse é o seu efeito natural. Pensemos em Silas Marner, da grande escritora inglesa Mary Ann Evans [George Eliot].

Todos os remédios da filosofia, elaborados tão sabiamente por Sêneca e Boécio, são de efeito local; e nos casos graves são insuficientes. Só o amor cura as feridas da alma. E só um amor sem medida as feridas desmedidas.

Cristo amou a humanidade desse modo.

O amor ao próximo é o único remédio da injustiça social: mas o amor que Cristo trouxe é um amor desmedido. Ele lhe atribuiu caracteres inteiramente excepcionais: tem que ser de obras mais que de palavras, tem que chegar até a amar o inimigo, e a dar a vida pelo amigo.

E para diferenciá-lo da caridade farisaica, o Mestre apontou sua raiz, que é a injustiça, e sua flor, que é a misericórdia. 'Dais esmolas; mas abandonastes o fundamental da Lei, que é a misericórdia e a justiça...'.

Neste grande remédio contra o veneno da injustiça, que é afogá-la no amor, se cumpre talvez a promessa de Cristo aos seus discípulos: 'Et si mortiferum quid biberint, nihil eis noecbit'. Bebereis veneno e não vos fará nenhum dano. O ressentimento é literalmente um veneno.

Isto não nos foi dito, obviamente, para que bebamos cianeto e ver o que acontece, mas para que tenhamos confiança quando nos sintamos psiquicamente envenenados.

Este é o milagre que segundo Cristo fariam seus discípulos 'maiores do que os que Ele fez'. Claro que ele também o fez primeiro.

Que graça. Ele era Ele.

Amar os inimigos parece impossível psicologicamente; sobretudo quando os temos; e mais ainda quando os temos sobre nós. Não se pode apreender ao mesmo tempo um homem como inimigo e amável; e nosso amor depende de nossa apreensão. Não posso amar senão o que é 'bom para mim'.

Ademais, pareceria que isso de amar a todos destrói a atividade moral, paralisa a luta contra o mal, infunde uma apatia e uma inércia budista, transforma a sociedade numa tropa de cordeiros silencioso ou melosos.

Más é preciso advertir, a quem fizer estas objeções tolstoianas ou gándhicas, três coisas:

Jesus Cristo não disse que 'não há inimigos' como Buda; ao mandar-nos amar até os nossos inimigos, implica que existe essa grande divisão entre os homens, e não anula o natural amor aos amigos, maior que aos inimigos.

Jesus Cristo não disse: amai mais os vossos inimigos ou amai-os igual aos vossos amigos... Isso seria contra a ordem da caridade, quaisquer que sejam as expressões acaloradas dos santos, que quando tomados pela loucura da Cruz pareceriam às vezes expressar o contrário.

Jesus Cristo disse 'amai os vossos inimigos'; mas não disse: colocai-vos nas mãos de vossos inimigos.

Quando não há juízes capazes de lutar contra a iniquidade a injustiça se propaga, aumenta o ressentimento e a convivência se torna quase impossível. Isto profetizou claramente nosso Redentor: 'Porque abundou a iniquidade a caridade esfriou na maioria'. Como uma das partes da caridade é a amizade cívica, que Aristóteles explica como a base da convivência, segue que o ressentimento tornado praga endêmica coloca a sociedade em condições quase insuportáveis. Isso é o que está acontecendo hoje.

O ressentimento, essa espécie de rancor abstrato, foi bastante explicado por Nietzsche e Max Scheler para ser ignorado por alguém. Basta abrir os olhos, tropeçamos com ele a cada passo.

O 'ressentimento', assim entre aspas, não é o vulgar rancor, ódio ou despeito; é indignação mal ou insuficientemente reprimida, pela força e não pela razão, que se irradia concentricamente de objeto em objeto e de zona em zona anímica, até contaminar, coisa curiosa, o próprio entendimento. Hoje em dia há ideologias de ressentimento expostas em linguagem científica e com as maiores aparências de objetividade. Max Scheler descobriu o ressentimento nas ideologias socialistas, em muitas heresias medievais, na apostasia do imperador Juliano -- nisso o precedeu a aguda observação de São Gregório -- e até no livro De Contemptu Mundi do Papa Inocêncio II.

Mas esta definição do ressentimento e sua análise em:

Indignação por uma ofensa,
repressão violenta,
tristeza,
ânsia de vindita ou vingança,
deslocamento concêntrico a objetos afastados,
irradiação sentimental,
contaminação intelectual

são coisas de pedantes. Bergson o definiria rapidamente:
ira ulcerada ou ainda
rancor em septicemia  

Esta septicemia não tem mais penicilina que uma grande injeção de amor tão tremenda que só é possível pela Fé e pela Graça -- ajudados por intermediários humanos, como Deus costuma fazer suas cosas. 'Dios y ayuda' como dizem na Espanha.
O amor aos inimigos não exclui a luta contra a injustiça que está neles; antes a impõe.

Há alguns que têm a missão ou o dever profissional de lutar pela justiça. Seja porque ela nos alcance pessoalmente ou não, a injustiça é um mal terrível, perceptível aos que possuem o sentido moral -- sexto sentido que diferencia o nobre do plebeu -- e lutar contra ela é obra de bem comum, ainda que por vezes pareça loucura. Don Quijote teve essa loucura, que no ideal cavalheiresco, criado pela Igreja na Europa, não era loucura.

Dizia alguém:

Dios que permitiste contra
mí, la mayor injusticia
y vida nueva y caricia
me das ¿para qué? ¡Recontra!
Tu ley santa me confronta,
primero perdonaré
y después olvidaré
y habiendo vida y milicia
lucharé por la justicia
y un día veremos qué.

Hombres hay que la injusticia
no pueden tragar ni ver
pues los enferma, anoser
que luchen por la justicia
morirían de ictericia
si no luchan. Déjenlos
emboscados, que son tantos
ellos son locos o santos,
a mí me hizo de ellos Dios.

Unos locos y otros santos
son; y otros entreverados
yo nací por mis pecados
de estos que hoy ya no son tantos.
Llena de lacras y espantos
esta época no los pare
quien hallarlos deseare
no vaya a cortes de rey
porque ellos nacieron buey
¿y a dónde irá el buey que no are?

Os que têm o dever profissional de lutar pela justiça são os juízes (os juristas), os governantes (os pastores) e os soldados (os guerreiros). Desgraçadamente a época moderna transformou os juízes em máquinas, os governantes em economistas e os soldados em militares; e padecemos uma grande escassez de cavaleiros andantes.

Os cavaleiros andantes são os que têm, mais que o dever profissional, a paixão, a mania e o vício da justiça. Esta disposição natural -- seja temperamental, seja adquirida -- de por si deveria coincidir com o dever profissional; por certo hoje em dia andam os dois às vezes separados.  Assim como deveriam ser ordenados sacerdotes aqueles que têm carismas, deveriam ser nomeados juízes aqueles que têm quijotismo, como pede a Escritura (Ecl, VII-6) 'Noli quarere fieri judex, nisi valeas virtute irrumpere in iniquitates; ne forte extimescas faciem potentis, et ponas scandalum in cequitate tua'.  O juiz débil não só não faz bem, mas causa escândalo: porque se espanta diante da face do poderoso; por isso o hagiógrafo pede ao que quer ser juiz -- ou governante -- que tenha 'força para atropelar a iniquidade'; e simplesmente dissuade a todos de 'buscar ser nomeado magistrado'.

As rainhas da Idade Média pediam perdão aos leprosos pela pompa e alegria de uma época talvez mais feliz que a nossa -- pois havia rainhas santas ao invés de 'estrelas' de cinema -- beijando-lhes as chagas. Hoje em dia os leprosos têm que se contentar com autógrafos. Rita Hayworth visitou o Leprosário de Barcelona. Os jornais de hoje o contam; e contam uma anedota. Dizem que Rita (a Gilda) recorreu o lazzareto acompanhada de uma monja jovem e não mal parecida, que ali presta seus serviços. Ao sair voltou-se para ela e lhe disse:

- Irmã, eu não faria o mesmo que você faz aqui nem por um milhão de dólares.

A espanhola a respondeu com firmeza:

- Eu tampouco.

Esta anedota é muito velha: minha defunta avó já me contava quando eu ainda era criança de peito.

A repressão do natural desejo de vingança por razões intelectuais ou por amor de Deus produz na alma essa 'fome e sede de justiça' à qual se prometeu a bem-aventurança. Ela é a sublimação  do rancor e da natural paixão pela vindita; paixão pelo restabelecimento do equilíbrio moral. O ódio à injustiça padecida se transforma em horror à injustiça sofrida por outros. Os sentimentos feridos não se cicatrizam -- como acontece pelo esquecimento das feridas pequenas -- mas começam, se poderia dizer, a sangrar para cima. Por isso nosso Salvador o comparou a uma paixão tão pertinaz e lutadora como a fome.

'Isto que me aconteceu jamais cicatrizará', se costuma ouvir às vezes: 'sim, cicatrizará' é a resposta vulgar, às vezes falsa. Muitas vezes tem razão o ferido. A resposta exata é: 'Torna-te um ferido de Deus, deixa atrás os homens. Sê misticamente cruel contigo mesmo'.

 Esta ferida sempre aberta nos faz solidários da dor do mundo; nos estabelece em comunidade com todos os que sofrem; e fazer-se solidário da dor do mundo fruto do pecado foi a razão para que tomasse corpo e natureza humana o Verbo de Deus. Homem sem pecado. São Paulo dizia que levava em seu corpo os estigmas do Corpo de Cristo: e que sua vida real estava escondida com Cristo em Deus. Homem em meio dos homens, capaz de interessar-se por tudo o que era humano, cheio de virtudes sociais, ou como dizem hoje, de 'humanismo', ganhando o pão com suas mãos e pregando a salvação com sumo desinteresse e em meio a riscos e ameaças indizíveis, o Apóstolo dos Romanos, levava escondida sua chaga secreta, que era a razão de seu poder. 'Minha debilidade é a razão da minha força'. 'Cum infirmor tunc fortior sum' ('Quando sou débil é quando sou mais forte').

Nunca foi mais forte que, quando atadas as mãos, inclinou sua cabeça diante da espada do verdugo. Então foi saciada sua sede de justiça e as palavras de suas cartas, passadas a sangue, se tornaram eternas.

Tudo isto é mais ou menos sabido, quisera Deus que fosse praticado. Que esta época é a pior que existiu, disseram-no homens parecidos a nós em todas as épocas.

O que interessa seria saber o que é que sairá de tudo isto.

Pois bem, não podem sair mais que duas coisas, ou uma restauração da justiça ou a ruína total da convivência.

Ou se produz uma grande efusão de amor fraterno, que deverá ter caracteres quase milagrosos, pelo qual seja restaurada a justiça em todas as partes, acima e abaixo, na Igreja como no Estado, na sociedade e na família, na vida pública, no comércio e no trabalho, nas leis externas e no coração dos homens -- que é de onde tudo o mais brota...

Ou as atuais condições de iniquidade ufana e triunfante continuam e se multiplicam, prevalecem de mais a mais naqueles sem coração e sem lei -- 'sine afectione absque foedere, sine misericordia' -- se produz um universal e implacável salve-se quem puder e as massas egoístas e atemorizadas caem sob o poder dos tiranos violentos ou mistificadores sutis, ou desta mescla de ambos que será o Grande Imperador Plebeu; esse 'Homem da Iniquidade' que desde há dois mil anos a Cristandade apelida com o ditado apostólico de Anticristo.

Aureliano Martínez Robles."

sexta-feira, 20 de abril de 2018

Rafael García Serrano: explorador de paisagens sem nome



"(...)
quisiera ser orilla de flores de ribera,
por irte acompañando, por irte embelesando.
El paisaje sin nombre de tus ojos perdidos,
el água para el sitio último de tus labios
(...)".
Juan Ramón Jiménez. A Filomena, Blanca y Rubia, Como Luna con Sol.

Os versos que citei perseguiram Rafael García Serrano, escritor espanhol nascido em Pamplona no ano de 1917, ao longo de toda a sua vida. E com razão: toda a sua obra, tida por alguns como verdadeira incitação ao combate, foi a contemplação de inúmeras paisagens sem nome vislumbradas em todos os olhos perdidos que encontrou ao longo dos anos. Olhos lânguidos de camaradas mortos na Guerra Civil, de homens maduros com esperanças renovadas, de mulheres enamoradas que, enquanto compreendiam o dever de seus amados, choravam escondidas e acendiam velas à Virgem para que eles retornassem para casa sãos e salvos. Porque a guerra que dividiu a Espanha, que dividiu os espanhóis, foi palco da vida e dos escritos de Rafael García Serrano.

Mas a divisão, claro, começou bem antes. E, na convulsa cidade de Madrid durante a Segunda República, o jovem García Serrano ouviu pelo rádio o discurso de José Antonio no Teatro da Comédia: foi o que bastou para abandonar a militância de esquerda e entregar-se à Falange Espanhola por toda a vida. O escritor pamplonês nunca abandonou o yugo y las flechas nem muito menos a honrosa estrela de alférez provisional que usou em combate pelo Bando Nacional. E isso lhe custou caro: hoje é um autor esquecido e facilmente tachado de facha por aqueles que nunca se deram ao trabalho de abrir seus livros. Mas também, justiça seja feita, por muitos que o leram: porque o ideal falangista, o anseio por uma nova Pátria e pelo heroísmo, se faz presente em todos os seus romances. Isso se pode ver desde logo no primeiro livro que publicou: Eugenio o Proclamación de la Primavera (1938). O personagem principal, conquanto levasse o nome de um seu camarada, não era um indivíduo concreto, nem mesmo totalmente verossímil. Ele era o morto, sim, o morto, "que yo -- que cada uno de nosotros -- hubiera querido ser".

Porque Eugenio, el bien engendrado, foi um arquétipo de herói para toda aquela geração de jovens falangistas de primeira leva. Logo no primeiro capítulo vemos exemplos de bravura, de exaltação e de uma abnegada capacidade de sacrifício. É no início do livro que Eugenio "escolhe" a sua morte: uma morte de soldado, de cara al sol (como diz o hino da Falange) porque não conseguiria aguentar viver naquela Espanha apodrecida e também porque, de algum modo, ele sabia que iria morrer. Mas, ainda que não parecesse, Eugenio era humano e se apaixonou. O autor nos diz que encontrou sua amada como Leandro encontrou Hero. Sem embargo esse amor foi mais uma preparação para a morte:
O sea que ya no existe el problema dulce de la personal primavera. Por cesión trágica, Eugenio otorga su personal primavera a cambio de la primicia de la sangre. Dios haga, Eugenio, camarada el bien engendrado, que la tuya sea fecunda. Eugenio ha dado el ejemplo a todos nuestros jóvenes camaradas que abandonan la novia por salir a buscar la cita arriesgada del peligro, que es más fuerte y más deseado en la hora de la vencida.
Eugenio abandonou sua primavera pessoal por outra que o transcendia. Rafael García Serrano começou a escrever esse livro em 1936 e leu-o para seus camaradas. Não é nada difícil imaginar o efeito que produziu em todos aqueles rapazes sinceramente inquietos e entusiasmados.  O personagem era como eles, como o próprio Rafael, num estado de elevação quase sobre-humano. É interessante que, no romance La Fiel Infantería (1943), o personagem Ramón também está no grupo desses grandes entusiastas falangistas; é alguém que tenta a todo momento fazer com que todos entendam as razões para estarem na guerra. Ele desejou ardentemente uma morte em combate, como um herói, mas acabou vítima de uma tuberculose e foi retirado do campo de batalha para morrer num hospital. Ramón também era como Rafael: era, na verdade, o Rafael que poderia ter sido com o fim que o escritor poderia ter encontrado. Parece que Ramón encarna as esperanças grandiloquentes do jovem falangista Rafael -- que descobriu uma tuberculose na batalha do Ebro -- e leva às últimas consequências suas frustrações de convalescente. Ramón pensava demais em si mesmo e em suas ambições:
Ramón vivía convencidísimo de que Dios pensaba en él cada minuto, porque también oía en sí mismo el hote de su gran destino. Ignoraba Ramón que los mozos así, altaneros, taciturnos, predestinados, suelen morir modestamente; que la peor señal de malogro es oír demasiado el crujido de la hierba interior.
Ramón passou da frivolidade de uma vida tranquila de estudante em Madrid (enquanto seus colegas, de ambos os lados, já ensaiavam combates) para a certeza de que havia algo maior, muito mais importante, do que uma vida pacata e prazeres fáceis. De repente a realidade caiu-lhe diante dos olhos de modo a tornar inútil tudo o que veio antes. E claro que a partir daí a necessidade de combater, de construir uma nova Espanha, passou a ser o que havia de mais importante para ele. E o que importava era vencer. Tanto que ironizou as comparações do caráter espanhol com o Quijote, que o irritavam. Porque, para ele, o velho Fidalgo da Mancha não passava de um fracassado, péssimo exemplo para ele e todos os seus camaradas. Para alguém assim a morte na cama de um hospital só poderia representar um fracasso:
Pero Ramón, Ramón predestinado, Ramón superior, Ramón gibelino, Ramón litigando ante el Dios de los acampados, Ramón alférez, Ramón con su historia, Ramón ha llegado ya -- piensa, desobedeciendo al médico --. Ya no duda, ya no se desespera, ya no es altanero: ya sólo es un resignado. Lo que jamás hubiese querido ser: un resignado. Algo así como un vencido que no se rebela, que cierra los ojos y codicia el mazazo definitivo. La resignación -- ¿verdad, Matías? -- es un artificio para ocultar la derrota. Seguramente que en cuanto tenga un minuto libre el activo burócrata, Ramón habrá terminado y nadie sabrá qué universo de sueños nutría y qué mochila de ambiciones llevaba a la espalda mientras defendía su paso con las manos armadas. El mundo -- la derecha en las aceras, los domingos por la tarde, las capitanías, el servicio de los demás, una a una, la chica de al lado --, el mundo es de los fuertes. <<Y yo -- susurra Ramón -- he dimitido de fuerte porque no muero como los fuertes>>. Y se despedía de ellos.

Sua tristeza de vencido que não se rebela foi como a de Don Quijote ao ser derrotado pelo Caballero de la Blanca Luna e sua morte foi como a de Alonso Quijano, que se desculpou com Sancho por tê-lo arrastado para tantas e tão "insanas" aventuras. Se fez igual, no fim da vida, ao personagem que tanto desprezava. Mas nosso autor, claro está, sobreviveu para contar a história desse desdichado Ramón, do apaixonado Miguel e do despreocupado Matías. E também para falar de Pamplona. De certo modo pode se dizer que a bela cidade é a personagem principal do romance Plaza del Castillo (1951), cuja história nos é narrada entre os dias 6 e 19 de julho de 1936, e mostra um pouco da preparação para o esperado Alzamiento que começou no dia 18 e teve sua mobilização em Pamplona no dia 19, depois do último San Fermín antes da guerra. A própria festa tem um significado muito importante para compreender a unidade da Espanha e a dor causada pela sua ruptura:
Pensaba Joaquín, mirando en torno, que la diversidad se unificaba alrededor de la fiesta cristiana. Los buenos y los malos, los ricos y los pobres, los listos y los tontos, los analfabetos y los sabios, los guapos y los feos, encontraban en el fondo de su alma cristiana la honda ligadura de una unidad cada día más difícil, cada día más cuarteada por las circunstancias. Entró Javier García con varios de su cuerda, el vendedor de Mundo Obrero, otro que pasaba por matón profesional y un par de estudiantes, y Joaquín se daba cuenta de que también ellos, esos cinco que entraban, estaban cogidos por la magia unitiva de la fiesta, por el légamo cristiano de sus corazones, por aquellas preces de la madre, por siglos de catolicidad en la sangre, y su blasfemia era cristiana y sus ganas de quemar iglesias eran cristianas y ellos se sabían herejes porque también conocían o intuían una simple y hermosa ortodoxia. Era la rabieta contra Cristo, la pataleta de los desesperados que no saben o no quieren comprobar como Cristo, solamente Él, puede ser su centurión, su amigo, su camarada.
Em um sublime parágrafo García Serrano mostra os fundamentos da unidade espanhola e a autêntica razão de sua ruptura. Ele sabia que aqueles outros homens, seus irmãos e ao mesmo tempo inimigos, blasfemavam en católico -- como dizia o Padre Castellani -- porque conheciam os símbolos da fé e sua importância: sabiam exatamente o que detestavam e o que precisavam destruir. Até em seu ódio existia solenidade. Eram bem diferentes de Luis Murguía, aquele personagem de Pío Baroja para quem os símbolos não significavam absolutamente nada, pois lhe eram completamente indiferentes. E a verdade é que, pasmem!, durante os anos do regime do General Francisco Franco alguns consideravam que os romances de García Serrano não deviam ser levados em consideração porque tratavam bem demais o inimigo. Isso é verdade. Porque o autor sabia que o outro lado estava composto por espanhóis, por homens "que decían madre igual que tú", que se comunicavam na mesma língua, que empregavam as mesmas expressões para se referirem às experiências comuns. Mas os burocratas e ideólogos não podem entender isso: para eles só existem as ideias e os planos, mas não o homem concreto que, por desgraça, pode estar do outro lado. E a realidade seria baixa, rasteira, sem demasiadas complicações. No entanto, como percebia o jovem Felisín:
El pecado estaba en torno, pero una atmósfera zafia lo hacía repugnante para cualquiera que tuviese mediano gusto. Sucedía, simplemente, que hasta los pregoneros de una virtud sin sustancia, sin heroísmo, sin belleza y sin interés, formaban en la tribu de gustos soeces, de mal estilo, y esa falta de un alto y claro estilo, de una manera de ser entera y verdadera, hacía de todos y cada uno de los españoles gentes sin vuelo, sin raigambre, aburridas y desesperanzadas. El gran acuerdo nacional, el programa común de izquierdas y derechas, de nobles y plebeyos, consistía en agarbanzar más aún la existencia, en esculpir en corro. Quedaban unos cuantos locos, pero ¿qué podían hacer?
É verdade: o que poderiam fazer esses loucos sensíveis e anelantes de beleza e sentido? Talvez escrever alguns livros e dar testemunho com a própria vida, como fez Rafael García Serrano até 12 de outubro de 1988, quando faleceu. Penso que ele sempre carregou com orgulho a estrela de alférez provisional porque se considerava um "soldado da pluma", tanto quanto Meersch se considerava seu operário.  E também porque quis -- e conseguiu -- mostrar que o sangue e a terra estão atrelados no homem, em suas raízes mais profundas. Isso fica bastante claro na belíssima visão que estampou da sua amada terra de Navarra. Transcreverei suas palavras para finalizar este texto:
(...) desde la raza rubia y primitiva de las montañas, hasta la raza indomable, ibérica, morena, de la Ribera, todo lo tiene Navarra, compendio geográfico y espiritual de España, resumen y cifra de la Patria hermosa. Como ella conserva su antiguo sedimento romano y guarda a un tiempo, en su parte vascongada, el ánimo arriscado y montaraz de los que ni Roma doblegó. Las atalayas fronterizas, las aventuras de moros, los monasterios del Pan, el Vino y las letras. No fue en vano vía de peregrinaje, paso obligado hacia la tumba del Señor Santiago, y ahí está el alma católica de un pueblo que recuerda el fervor andariego de quienes cruzaron el mundo para rezar ante el Apóstol jinete. Los pasos de Roncesvalles, que recogieron el rumor europeo de su época, dieron también la cara por la Independencia, y allí hincó el pico la caballeresca historia del cuerno de Roldán, que ni astilló el fragante burladero de las montañas. En Pamplona fue herido el capitán Loyola, a quien Dios puso así en la jefatura de los ejércitos que habrían de hacer un Mühlberg teológico. Y a la vez, en Javier, tierra intermedia y adusta, un hombre joven recogería el ímpetu conquistador de España para transformarse en un Hernán Cortés a lo divino: en San Francisco Javier, evangelizador del Japón. Navarros, rojos carriquiris, eran los toros que Orison lanzó sobre Amílcar, con el rojo fuego de la sangre y las rojas y alucinantes hogueras en el testuz, y navarros eran los toros que Altamirano llevó a Toluca, los toros conquistadores de América, y navarra es la suerte de torear a pie y esa fase primera y valerosa de agarrar al toro por los cuernos.

sexta-feira, 2 de março de 2018

Maxence Van Der Meersch: pescador de homens




"On dirait que la douleur donne à certaines âmes une espèce de conscience".
Léon Bloy.


Não é exagerado dizer que a dor deu a Maxence Van Der Meersch a consciência de sua vida e responsabilidade: foi o sofrimento que o resgatou do vazio e do desespero. Nascido a 4 de maio de 1907, em Roubaix, na fronteira com a Bélgica, Maxence era filho de um comerciante bem-sucedido que, mesmo durante a guerra e a invasão alemã, soube se virar para sair-se bem. Ele tinha uma irmã mais velha, Sarah, cujo falecimento aos 19 anos provocou a ruptura de seus pais e grande dissipação em suas vidas causada pela dor.

A longa agonia e a nobre morte da jovem Antoinette, no romance Invasão 14, publicado em 1934, é de certo modo o resgate e a justificativa que Meersch deu à sua própria irmã. A menina, criada pela mãe, criatura irresponsável e preocupada apenas com dinheiro, sentia que lhe faltara algo; sentia que sua vida era baixa, vulgar, sobretudo se comparada à boa educação e carinho que seu pai dava ao irmão mais novo. Antoinette ansiava, como todos em Roubaix, pelo fim da guerra. Mas também ansiava por algo mais: tendo se desiludido logo cedo com a vida pela visão degradada e diminuída que lhe dera a mãe, queria algo que ultrapassasse toda aquela miséria e contivesse alguma beleza. Já na cama, prestes a morrer pela tuberculose, a mãe conseguiu que um soldado inglês -- um liberador! -- entrasse para que ela o visse: a menina, então, esticou seus braços até ele, tocou os botões de seu casaco e começou a chorar. Apesar de tudo desejava deixar uma boa recordação: uma lição para seus pais e seu pequeno irmão. A imagem que Meersch nos dá de sua morte é fortíssima:
Viram Edith e Samuel, desesperados, segurando o busto descarnado de um ser irreconhecível, uma espécie de Cristo de olhos apagados, longa e luminosa cabeleira, com os braços em cruz e a boca aberta, como se no momento de entregar sua alma houvesse lançado um grito.
E começa o seguinte capítulo com a terrível frase: "O holocausto de Antoinette não serviu para nada". Apesar de a personagem não ter conseguido que seus pais voltassem a se unir, eu me atrevo a dizer que o sacrifício da menina teve, sim, um sentido: o sentido que lhe deu o autor, ao escrever e revisitar a vida da própria irmã que tão cedo lhe foi tirada. 

O romance Invasão 14 é a longa narrativa das penúrias dos habitantes de Roubaix ao longo da Primeira Guerra e sua relação com os invasores. A miséria e a traição, claro, se fazem presentes, mas também o heroísmo e o perdão. Meersch nos lembra, por exemplo, através do empresário Pascal Donadieu, que um homem na penúria pode encontrar um princípio que dê sentido à sua vida e o faça se arrepender da inutilidade de todas as ações vazias anteriores; mas, uma vez que retorna ao mundo da opulência, o prazer e o conforto são capazes de afogar a consciência. E que um amor inteiramente idealizado e devotado, como o do honesto e corajoso Patrice Hennedyk à sua enfermiça esposa Emilie (sua child-wife), pode acabar com a maior das traições: Emilie traiu Hennedyk com o médico alemão que ocupou sua casa. Depois de sair da prisão, Hennedyk, apesar de se ver livre e de que os empregados de sua fábrica dependiam dele para recomeçar, não teve forças para viver até ser capaz de perdoar sua esposa: era aquele amor abnegado que o tornara forte e corajoso.

Eu ainda poderia falar daqueles que colaboraram e enriqueceram pelos negócios com o inimigo durante a guerra e que, depois da liberação, posaram como os resistentes de primeira leva. Enquanto aqueles que, calados, tentaram resistir, eram tachados de colaboradores e humilhados. Sabemos que o mesmo filme se repetiu ao fim da Segunda Guerra. Mas penso que, em se tratando de Invasão 14, destacarei a figura do Abade Sennevilliers, inspirado em Abbé Pinte, sacerdote que contribuiu como pôde com a resistência e que foi um dos responsáveis pelo retorno de Meersch ao seio da Igreja. Transcreverei suas últimas palavras no romance:
Eu sempre pensei que por vil, por degradado que seja um homem, ainda há nele algo da chama divina. Eu a busco e me basta encontrá-la para amar o homem. Nos rostos mais fechados, mais hostis, mais herméticos, gosto de evocar o traço enobrecedor de um sofrimento, o reflexo de um amor... E consigo imaginar os traços, esses traços frequentemente duros e grosseiros, embelezados e transfigurados por um sentimento humano, uma paternidade, uma pura ternura ou até esta angústia de um destino incerto a que estamos todos confinados. E aos meus olhos, o homem torna-se outro e o amo, impulsionado pelo infinito problema, por esse drama trágico que encontro nele, como em todos, como em mim mesmo.
Aquilo que Unamuno chamou o sentimento trágico da vida está sempre presente na obra de Meersch, mais concretamente quando ele trata, quando ele mostra, cenas de desespero, profanação, miséria, solidão, sujeira e, ao fim de tudo, esperança. Porque a esperança tem uma força irradiadora em todos os seus romances: seus personagens são aqueles que, em meio aos próprios escombros, sempre tentam reconstruir suas vidas. Alguns, pela própria culpa, falham miseravelmente; os outros, aqueles que vencem, são ajudados por algo que os transcende. Porque Meersch, como católico, sabia que a Graça supõe a natureza. Mas claro que nem sempre foi assim: também ele, na sua juventude, teve medo de se perder para sempre. Em seu primeiro romance, A Casa das Dunas, publicado em 1932, nos narra a história de Silvio, contrabandista de tabaco que, acidentalmente, tomou uma distinta rota e se deparou com uma hospedaria. Nela foi atendido por uma linda menina que o deixava completamente sem jeito, que lhe parecia diferente de todas as outras que conhecera:
E aquele frescor, aquela juventude, lhe comoviam. Não se atreveu a olhá-la muito. Lhe pareceu injurioso olhá-la tão diretamente, deixando-a ver os pensamentos que lhe inspirava. Olhava seu busto, apenas insinuado ainda, como o peito de uma adolescente. Estava com um vestidinho cujo decote mostrava somente o nascimento da garganta e provocava em Silvio uma casta perturbação, onde nada impuro vinha a mesclar-se. Ela simbolizava para ele a juventude. Experimentar, contemplando-a, um pensamento insano lhe teria parecido vergonhoso. Em sua imaginação, a comparava a algo puro, imaculado, como a neve branca que teria relutado em pisar.
Esta imagem ficou tão gravada em Silvio que, a partir daquele momento, decidiu mudar de vida. A visão daquela menina lhe despertou os sonhos da infância: queria ser um homem bom. Aos poucos decidiu deixar o contrabando para dedicar-se a alguma ocupação honesta, ainda que tivesse de viver com menos dinheiro. Essa mudança brusca, especialmente a financeira, foi notada pela mulher que vivia com ele: a mulher com quem se ligara unicamente pelo prazer. Ela não era capaz de entender o que se passava na cabeça daquele homem que, de uma hora para outra, a rejeitara e parara de lhe dar presentes. Então decidiu investigar e descobriu suas constantes visitas à Casa das Dunas: foi até lá e descarregou a raiva na "amante" do homem que considerava seu. Aqui a imagem da profanação é muito clara: ao saber que sua mulher dissera coisas sórdidas à jovem, o sonho de Silvio foi inteiramente quebrado. Meersch nos diz que ele desapareceu de casa por três dias e, quando voltou, estava sujo, esfarrapado, descalço e fedendo a vômito. Desde então retomou a vida de antes, com maior ímpeto. Se arriscava cada vez mais, como a desafiar a morte, até que a encontrou: com uma bala no corpo e sangrando, foi-se arrastando até o jardim da casa que um dia lhe deu a esperança da salvação.

O próprio autor se deparou com essa visão em sua vida. Foi quando, por volta de 1927, conheceu e se apaixonou por Thérèze Denis, uma pobre e enfermiça garota da classe operária que passou a ser a personagem principal de sua vida; muito provavelmente, sem ela não teríamos conhecido Maxence Van Der Meersch. O autor nos narra essa história no romance Corpos e Almas, publicado em 1943, que tem por protagonista o jovem estudante de medicina Michel Doutreval, filho de um dos grandes professores da faculdade que frequentava e que, se as coisas seguissem seu "curso natural", se casaria com a filha de um grande cirurgião amigo de seu pai. Mas, por acaso, ele conheceu Evelyne Goyens num hospital: ela estava internada para tratar uma tuberculose e passava os dias sozinha. Guardava um relógio de bolso sob o travesseiro que lhe fazia um pouco de companhia, como ela confessou a Michel. Essa grande miséria abalou o rapaz para quem até então a vida apenas sorrira:
Michel levava uma vida atribulada. Nada lhe faltava e vivia em meio à abundância; mas por fora conhecia a mais cruel das misérias; a que se concentra sobre um ser amado. Jamais se lhe havia revelado de uma maneira tão brutal essa injustiça que a uns permite esbanjar enquanto a outros faltava o mais necessário. Vivia ao mesmo tempo em dois mundos distintos: o da superabundância e o da mais espantosa indigência. Passava continuamente de um a outro, se exasperava e se rebelava contra o dinheiro, a sociedade e as desigualdades.
Logo voltava para o lado de Evelyne, naquele outro ambiente de humilde miséria, de injustiça e de resignação. E essa outra realidade se impunha, mais trágica e mais terrível. Realidade demasiado assustadora, lacerante como um remorso, da que se pode afastar a vista e fugir para poder ignorá-la, mas que ele havia visto cara a cara, que já não poderia esquecer e cuja venenosa recordação subsistiria enquanto vivesse se não obedecesse ao novo dever que se lhe impunha.

Precisei citar esses dois parágrafos para mostrar como a consciência de Michel entrou em conflito ao conhecer aquela moça absolutamente desamparada. Ele sabia que, se a abandonasse, ela iria morrer. Evelyne não tinha mais ninguém no mundo a não ser ele. A vida que levara até então começou a lhe remorder: como ele poderia seguir vivendo tranquilamente enquanto ela sofreria sozinha até a morte? Não pôde abandoná-la. Rompeu com seu pai e saiu da casa em que vivia com ele e as irmãs para procurá-la. Renunciou a tudo: sucesso profissional e fortuna, para cuidar daquela pobre e doente operária.
- Evelyne!
Michel correu até ela pronunciando seu nome com voz apagada. Uma diáfana clareza lhe iluminava os olhos da alma, e ao tornar a ver Evelyne teve a deslumbrante certeza de estar em posse da verdade. Aquele nome continha a confissão de todos os seus sofrimentos, de suas lutas, de seu amor mais forte que tudo, triunfante, mais poderoso que o mundo, que os homens, que suas próprias dúvidas e que ele mesmo. Não pôde dizer mais. Apenas aquele nome, como uma invocação que pronunciara, continha sua abnegação, ternura, piedade, toda a heróica loucura de seu sacrifício. E teve certeza de que também ela compreendia.
Meersch, do mesmo modo, brigou com seu pai para poder viver com Thérèze. Em Corpos e Almas, Jean Doutreval não entendia que "capricho" pudesse se passar na cabeça do filho para ter se apaixonado por uma moça completamente miserável e ainda por cima doente. Ele criara Michel completamente livre, sem amarras, para que pudesse fazer todas as suas vontades, para que pudesse vencer, para que pudesse sempre estar satisfeito consigo mesmo. Não conseguia compreender como o rapaz tinha vontade de atar-se a algo que, para ele, era uma terrível prisão, um sacrifício inútil, absurdo. O velho Doutreval só começou a entender Michel quando, depois de passar por cima de todos (inclusive dos próprios filhos) para realizar sua vontade, percebeu com horror que sua vida fora inteiramente dedicada a uma obra que era falsa. Soube que não contribuíra apenas para a sua própria destruição, mas também para a dos filhos. Ele -- e somente ele -- era o culpado. Chegou ao abismo do desespero. Felizmente sua alma era daquelas, como a do seu filho, que recebem "uma espécie de consciência" da dor. E assim, ao fim do romance, podemos ver a reconciliação de Jean e Michel Doutreval. Meersch dedicou esse livro ao seu pai.

Para sustentar a esposa, Meersch começou a ganhar a vida como escritor: chamava a si mesmo, jocosamente, de operário da pluma. Percebeu que a miséria de sua esposa, e também a dele, era como a de muitos outros trabalhadores pobres. A indignação expressada em livros como Quando Emudecem as Sereias, Pescadores de Homens, A Escravidão do Nosso Tempo e na trilogia A Menina Pobre (inspirada na vida de Thérèze) não é a de um ressentido que deseja verter o sangue alheio para se vingar, mas a do homem sensível que nota com tristeza que a vida de tantas pessoas era unicamente pautada por um trabalho paupérrimo e prazeres vulgares, cheios de perversidade. Ele viu que essa pobreza, de corpo e espírito, era um alimento para o ódio; aquelas pessoas tinham uma forma diminuída de vida, eram profundamente falhadas. Essa visão o espantou tanto, que mostrou-a com dureza em seus romances; por isso costumam dar-lhe a etiqueta de "naturalista" (e o apelido de "Zola Cristão"!).

Meersch sabia que o trabalho não é o fim da vida humana, mas apenas um meio. Graças ao amor de Thérèze pôde descobrir que o homem foi talhado para algo muito mais elevado, para um fim que o transcende, e que a vida só tem um sentido se for ela mesma um sacrifício. Ele assim nos mostra em Pescadores de Homens:
Recolhi-me e rezei como nunca até então tinha rezado, penso eu. Talvez porque nunca me tivesse encontrado tão só, tão abatido, tão impotente, sem uma assistência miraculosa. E ofereci-me inteiramente. Aceitava o sacrifício de mim próprio, implorava piedade para esta multidão com tanta exaltação que tive que esconder a cara nas mãos para que me não vissem chorar. Não sei se seria por causa das minhas angústias desse momento, das minhas tristezas, das minhas dúvidas e dos meus temores, mas foi nessa altura que a missa se me revelou com o seu significado simbólico. Sobre aquele altar, repetia-se o sacrifício de Cristo, exatamente como ele quisera que se repetisse todos os dias: a partilha do seu corpo e do seu sangue, para salvação dos homens. Para nos fazer compreender a todos que a nossa vida não devia ser outra coisa senão sacrifício. Compreendi então que, no fundo, a missa é a vida e que toda a nossa vida deve ser uma missa. Tudo isto que até então me parecia muito confuso, tornou-se em mim uma luz resplandecente. Assistia com fervor, com paixão, ao fim da cerimônia. Participara nela verdadeiramente pela primeira vez. E foi desde então que eu comecei a amar a missa, símbolo do nosso destino. Saí da igreja espantosamente reconfortado, retemperado para a luta.
Meersch escapou do desespero de sua juventude pelo sacrifício: abandonou o amor a si mesmo, aquele que traz consigo todo o egoísmo, para dedicar-se inteiramente a uma outra criatura, que tanto precisava dele. Essa foi a lição que ensinou a seu pai e continua a ensinar a nós, seus leitores. Depois de anos de luta (que ele também conta em Corpos e Almas), conseguiu que sua esposa se livrasse da tuberculose; mas infelizmente essa mesma doença o levou em 1951, deixando sozinhas Thérèze e a filha do casal, a quem chamaram Sarah.

Escolhi terminar este texto com as últimas palavras de Corpos e Almas:
Há somente dois amores. O amor a si mesmo, ou o amor às demais criaturas viventes. Por trás do amor a si mesmo não há nada além de sofrimento e maldade. Por trás do amor ao próximo, está o Bem, está Deus. Cada vez que o homem ama algo que não está sujeito a ele é, conscientemente ou não, um ato de fé em Deus. Só existem dois amores: o amor a si mesmo, ou o amor a Deus.
 ...

Em meu artigo sobre Juan Manuel de Prada, cometi uma injustiça que gostaria de reparar desta vez: não agradeci a meu amigo Alfonso Velasco Sendra. Graças a ele li El Septimo Velo e, desde então, tudo do autor espanhol. E também foi ele quem me indicou Corpos e Almas: foi ele quem me apresentou Maxence Van Der Meersch. Claro que lhe devo muito. E a ele dedico este texto.